Fué en los Pirineos, hace pocos meses, en una de esas conversaciones antes de dormir en un lavadero de piedra de un pueblo de diez casas que no consigo recordar, donde le conté a Badillo mi sueño de subir al Mulhacen con Pablo. Diez segundos después, le habiamos puesto fecha: el 24 de Enero, y Celia vendría también (si le apetecía claro).
Tenemos la buena costumbre de, antes de acabar una aventura, imaginar otras cuantas por vivir, y poner fecha a alguna de ellas. Es una cadena de felicidad que no falla nunca. Probadla.
Viernes, 24 de Enero de 2014
Al despertar tuve una sensación rara, de nuevo en la tienda pequeña, metido en un saco con Badillo durmiendo a mi lado. Pero el frío me recordó donde estábamos, y sobre todo, quiénes estaban en la furgo, a dos metros nuestra, calentitos y enrollados como orugas en sus sacos. Celia, su hija, y Pablo el mío.
Capileira es el ultimo pueblo de la Alpujarra granadina, es precioso y frío, lleno de chimeneas redondas con una lasca y una piedra castigadera encima. Nuestro plan no era este en principio. Como siempre que habiamos venido solos, queriamos subir hasta las acequias con el coche y a partir de ahí subir al refugio del Poqueira (2.500 m).
Los peques se levantan energéticos. Estan nerviosos. Nosotros también. Badillo y yo lo hemos hablado 100 veces: esto es para ellos: "Si no sonríen, no vale".
La salida no ayuda mucho a sonreir, una cuesta de piedra que te quita el aire a los 10 segundos, uf, vaya comienzo. Pero los niños nos ven subir con los mochilones y parece que les damos fuerzas, caminan charlando sobre cómo será lo que nos queda.
Llevamos ya 4 horas de caminata, y siguen sonriendo. Aparece a lo lejos, arriba, el Cortijo de las Tomas, desde donde se ataca la ultima subida al refugio. Pablo se asusta un poco de lo alto que está y me mira: "¿Papa, eso no esta muy lejos?" - "Si seguimos andando a este paso, poco a poco, llegamos antes de lo que esperas" - le dije, con la voz lo más confiada que pude mientras intentaba calcular mentalmente cuanto nos costaría subir hasta allí.
Al llegar al Cortijo (había llegado casi sin enterarse), Pablo había aprendido algo importante: Paso a paso, se llega a cualquier sitio. Por muy lejos que este.
Los niños llegaron los primeros al refugio y la alegría le rebosaba por las orejas. Celia gritaba:"7 horas! Pero si parece que han sido 10 minutos!"
Su alegría nos entraba por cada poro y se multiplicaba por mil dentro de nosotros. Literalmente no nos cabia en el corazon. Nos mirabamos y no acertabamos a decir nada. Es la cara que se te queda cuando llevas años preparando un experimento en el laboratorio, y de repente sale! y sale perfecto! Abres mucho los ojos y quieres gritar. Nuestros hijos estaban felices y su alegría nos empapaba.
En la cena, empezamos ya a pensar en la siguiente etapa. Intentaríamos subir dirección al Mulhacen, siempre que la sonrisa siguiera en su cara. Teniamos una ventana de 3 dias de buen tiempo, pero fuera del refugio se oía ya un viento muy fuerte que de vez en cuando paraba nuestas miradas.
Sábado 25
La ruta del río es más bonita, pero tiene mucha mas nieve, es más larga y sobre todo guarda un regalo al final en forma de fuerte pendiente nevada: la cara Oeste del Mulhacen. Lo bueno es que si no queremos subir finalmente la Oeste, podríamos llegar al Vivac de la Caldera, donde descansar antes de bajar de nuevo.
Lo hablamos con los niños y decidimos salir a ver que pasa.
Sólo el paseo con las raquertas por la nieve, ya merecía la pena. El paisaje nevado, los valles y el sonido de las raquetas es una combinacion casi mágica. Así encaramos el río.
Pero la temperatura comienza a caer. Y las rafagas de viento levantan nieve que nos pega en la cara, de modo que la unica forma de avanzar es casi mirando al suelo.
Seguimos parando cada 45 minutos, para chequear como va todo, vemos a los niños un poco mas cansados que ayer pero aún con ganas. El frío está haciendo mella. Ojalá salga el sol un poco.
En la parada de las 3 horas, Celia va ya algo cansada. Badillo le pregunta y decide que prefiere volver, hace mucho frío y no le apetece seguir con estas condiciones. Badillo le mira, le sonrie y le recuerda a lo que hemos venido. Abrazos, besos y momentos padre-hija que quedarán grabados en los corazones de cada uno de ellos y en el de Pablo y mío.
Pregunto a Pablo si prefiere volver con ellos y me asegura que no, quiere subir. Besos y abrazos esta vez de despedida temporal. "Tened cuidado, Dani" ."Como si fuera mi hijo", le contesté.
Pablo va detrás mío. Me gustaría tener la espalda más ancha para quitarle todavía más viento. Oigo como coloca su raqueta exactamente cuando yo quito la mía. Tuve la sensación de ser más grande, de tener más corazón, de poder más... y así fué, porque eramos uno.
La Oeste del Mulhacen desde abajo parece una ladera interminable, y lo es. Afortunadamente ha salido un poco el sol y podemos encararla jugando. Pablo lanza el piolet a 5 metros delante nuestro a ver como clava. Para recogerlo, tenemos que subir esos cinco metros de la Oeste. Nos reimos, batimos records, hacemos marcas personales y casi sin querer, hemos acabado con más del primer tercio de la Oeste.
Ok, le reviso todo el equipo y le aprieto toda la ropa. Ahí arriba va a hacer frío. Tenemos que llegar cuanto antes a la zona de piedras para poder avanzar mejor, vamos a intentar llegar de una atacada. "Vamos!" - me grita. Tengo que respirar hondo para poder caminar: esas hondanadas de energía me desmontan el alma.
Caminamos sin parar y salimos de la nieve. Pero las piedras no son piedras, el viento que sigue subendo y la nieve las han cubierto totalmente de hielo. Le quito las raquetas y le coloco los crampones. Se levanta y me mira. Le encanta.
Con los crampones va mas seguro, pero algunas rachas son de 60 Km/h y no ayudan demasiado a avanzar. A veces lo hace apoyando las manos para protegerse del viento. Para colmo y como si el destino lo quisiera poner a prueba, desde detras de la cumbre del Mulhacen aparece una niebla espesa que termina de aliñar el ambiente.
"¿Tienes frío?" - "No!"
"¿Seguimos?"- "Claro! Si ya estamos arriba!"
Intento buscar las zonas de menos viento y parece que va un poco mejor, pero ya le noto un paso no tan alegre, cada 15 metros nos paramos para descansar un poco, se arrodilla y coge aire, cuenta hasta 10 se levanta y sigue. Se que es un niño valiente, y se que le gustan los retos, pero me empieza a doler demasiado verle esforzarse de esa manera.
Es curioso como cambian los sentimientos en una milesima de segundo. Iba hacia él cuando lo veo señalar algo con el piolet. Me volví hacia donde señalaba. La niebla se había aclarado un momento y nos mostraba el punto geodésico de la cima, a 40 metros nuestra. "Esta ahí"- gritó. "Estamos arriba Pablo!"- grité.
A partir de ese momento no sentí el viento. Ni el frío. Ni sus trece años. Sólo lo ví a él. Caminaba confiado, avanzando hacia mí, clavando el piolet como si llevara 20 años haciendolo, sonriendo, grande... hasta que nos abrazamos. Y lloramos. Vaya que si lloramos. Estabamos arriba, a 3.483 metros, en la cima del la montaña más alta de la Península. Juntos. Joder! No todos los días se te cumple un sueño!
En la cima, comimos un poco, tomamos unas fotos y grabamos dos videos, uno para Emmy e Iker y otro para Celia y Badillo, nuestros compañeros de aventura.
Y comenzamos a bajar. Y como si el destino ahora quisiera premiar su esfuerzo, en menos de 1 hora comenzó a salir el sol, y Pablo comenzó otra vez a jugar. Y rodó por la larga Oeste, cuesta abajo, disfrutando de la nieve, e inventó un nuevo modo de descender por el río nevado, la tecnica "pingüino", que hizo luego que el Refugio le preguntaran si él era el "niño-pajaro"que les había adelantado bajando.
En la puerta del refugio estaban Celia y Badillo, moviendo los brazos. Su alegría fue enorme. Como la nuestras al verlos tan contentos.
El resto de la tarde la pasamos jugando juntos, frente a la chimenea, riendoy disfrutando de esos ojos infantiles que nos han dado tantos increibles momentos.
Domingo 25
Amanece y esta vez el cielo es azul. Aún estamos muy contentos. Disfrutamos del tremendo desayuno que nos ponene el el Poqueira, churros y buñuelos recien hechos incluidos!
Hacemos de nuevo las mochilas y partimos valle abajo.
El camino se hace mejor cuesta abajo. Vamos despidiendo la nieve. Poco a poco.
Mientras los niños caminan delante, Badillo y yo compartimos emociones, momentos, y hablamos de ellos.
Celia le ha dicho que quiere volver. Pablo quiere acompañarla.
Es imposible que seamos más felices.